En el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, recordamos la importancia de seguir reivindicando la lucha cotidiana por la igualdad de género en el deporte.

 

El 8 de marzo de cada año se conmemora en Argentina y en todo el mundo un nuevo aniversario del Día de la Mujer Trabajadora, recordando a las 129 mujeres que fueron asesinadas en un incendio en la fábrica Cotton de Nueva York, Estados Unidos, en 1908. Las mismas se encontraban en huelga dentro de la fábrica, reclamando mejoras tanto en los salarios como en las condiciones de trabajo y aunque se cumplen 115 años de este hecho que marcó la historia para siempre, el pedido se mantiene hasta el día de hoy.

En el deporte, la historia de las mujeres no es muy distinta: la lucha cotidiana es agotadora. Desde los Juegos Olímpicos de la Antigua Grecia las mismas han tenido que trazar su propio camino contra los obstáculos y prejuicios de sociedades que le prohibieron a los cuerpos femeninos practicar, opinar y habitar las distintas disciplinas deportivas. Pero, por suerte, la resistencia es una de las principales características de los movimientos que cambian el mundo, y las mujeres han sido ejemplo de ello.

Muchas instituciones deportivas importantes izan la bandera de la igualdad de género con logros insignificantes, que deberían ser derechos básicos de todas las deportistas, y el único motivo por el cual se celebran los mismos es porque peor es nada. Especialmente en Argentina, las deportistas han sido las encargadas de enseñar mejor que nadie sobre el rol de la mujer en los deportes.

Si hablamos de fútbol femenino, las jugadoras con más suerte apenas alcanzan la semi profesionalización, y el mejor sueldo de ellas es incomparable, incluso, con el más económico de un jugador de fútbol masculino. Además, las chicas debieron acostumbrarse a la falta de ambulancia, policía o bomberos en partidos oficiales, a jugar en canchas auxiliares, a la ausencia de equipos completos y elementos de calidad tanto para los entrenamientos como para partidos oficiales; todo esto sin hablar de las críticas, la discriminación, la violencia, el acoso y la sobreexigencia que implica ser mujer y jugar un deporte que alguien, alguna vez, dijo que solo era para hombres.

Sin embargo ahí están ellas: las que de chiquitas pidieron una pelota para Navidad y les terminó llegando una Barbie; las que se animaron a meterse en una ronda de chicos para patear un rato en la plaza a la salida de la escuela; las que se vieron todos los partidos en la fecha de clásicos y no pudieron opinar nada porque nadie las quería escuchar; las que, a pesar de que los papás les dijeron que mejor probaran con hockey, se fueron a probar a la canchita del barrio.

Están las que sacrifican el domingo y suben a sus hijas y sus compañeras al auto, cargan el mate y se van hasta donde sea para llevarlas a jugar y divertirse; están las cocineras de los clubes, las porteras, las utileras, las preparadoras físicas y las directoras técnicas, encargadas de llevar adelante equipos de pibas ilusionadas con que, algún día, alguien les reconozca el lugar que merecen en el deporte.

Están las tías, las hermanas, las primas, las sobrinas y las abuelas que se trepan al alambrado o se sientan en una reposera a ver a las chicas, que son las mejores, que las ilusionan como nadie, y ellas les agradecen el aguante; están las árbitras, que aunque hayan oficiado el mejor partido de sus vidas, siempre van a escuchar a alguno que les diga que “cobraron cualquier cosa” y que “no pueden dirigir porque no saben nada”.

También están las que llegaron a lo más alto, donde todas sueñan estar, a fuerza de voluntad colectiva, agarrando a sus compañeras de la mano para plantarse y pedir un contrato profesional, una mejora salarial, un premio que se parezca aunque sea un poco al del plantel masculino, un sueldo que les permita vivir de lo que les gusta sin tener que casi esclavizarse para cumplir sus sueños de futbolistas; están las que bancaron a las juveniles cuando las llevaron para ser alcanzapelotas en una fecha de la Liga Profesional de Fútbol; las que se bancaron que los antis twitteen que el fútbol femenino no generaba nada cuando les abrieron las puertas de los Estadios oficiales, y las que renunciaron a vestir la camiseta de la Selección por exigir un crecimiento real de la disciplina en el país. Hoy, 8 de marzo, es el día de todas ellas.

Se leen, escuchan y ven muchas cosas los días 8 de marzo, todos los años. Y si bien de un tiempo a esta parte hubo un avance en políticas de inclusión e igualdad de género, pareciera que hay muchas propuestas y demandas que requieren, por sobre todas las cosas, una paciencia eterna de parte de las mujeres, que deben suponer que se está yendo por buen camino hacia algún sitio donde, algún día, las cosas serán mejores.

Es por esto, y por todo lo anterior, que desde este espacio nos corresponde tomar la responsabilidad de visibilizarlas a ellas, que son quienes luchan todos los días, en cada entrenamiento y en cada partido, por un mundo más justo donde ninguna se quede afuera.